domingo, 30 de enero de 2011

Israelíes y palestinos combaten la intolerancia en el cuadrilátero.

- La campana inicial resuena en todo el refugio antibombas convertido en un club de boxeo en la parte occidental de Jerusalén. Un pugilista palestino salta rápidamente desde su esquina, se mueve por el cuadrilátero e intercambia golpes con su oponente israelí.
En medio de una ciudad étnicamente dividida, este recinto es más bien una anomalía.

Escondidos bajo tierra, israelíes y palestinos comparten el mismo amor por un deporte que cuesta asociar con la paz, la tolerancia y la coexistencia.

Judíos y árabes, religiosos y seculares, inmigrantes rusos y trabajadores extranjeros, muchachos y muchachas, todos se entrenan en el Club de Boxeo de Jerusalén, dando puñetazos en el cuadrilátero y aprendiendo a abstenerse de darlos en la vida.

Dos de ellos pelean allí con frecuencia. A la derecha, el peso semipesado Ismail Jaafari, un camionero de 36 años de Jabel Muqabber, un barrio palestino en la ocupada Jerusalén oriental. A la izquierda, el peso liviano Akiva Finkelstein, un judío de 17 años, estudiante de un seminario religioso y residente en el asentamiento israelí de Beit El, en la ocupada Cisjordania.

Finkelstein es la nueva estrella del club; hace poco venció al campeón europeo.

"Adentro del cuadrilátero somos todos boxeadores, y no importa de dónde somos", dice Finkelstein.

"Aquí somos todos iguales, sin importar qué religión profesemos o a qué pueblo pertenezcamos", agrega Jaafari.

Al frente del club están los hermanos Eli y Gershon Luxemburg.

"Todo ser humano tiene un lado malo. Es por eso que hay hostilidad y violencia", explica Eli, el mayor.

"Uno lee noticias sobre la situación en el periódico y se exalta. Luego viene aquí y practica. Dentro de este cuadrilátero diminuto, saca afuera toda su ira", resume. "Pero jugar limpio es una obligación. Nadie viene aquí a ajustar cuentas", interviene su hermano menor, Gershon.

"Nosotros observamos a estos muchachos muy de cerca. Si uno de ellos pelea con odio, es expulsado. Solamente alentamos el espíritu de lucha. Los boxeadores deben ser soldados y caballeros. Tienen que respetarse entre sí", agrega.

Los Luxemburg obtuvieron sus credenciales de boxeo a comienzos de los años 60 en la ex Unión Soviética, ambos en la categoría de pesos pesados. Eli fue dos veces campeón soviético, y Gershon campeón de Uzbekistán.

"De niños tuvimos que aprender a boxear para defendernos de los ataques antisemitas. Fue pura superviviencia", recuerda Eli.

En 1972, recién llegados a Israel, Gershon fue varias veces campeón indiscutido del país, convirtiéndose en un ferviente nacionalista.

"Antes de empezar a entrenar a otros, yo pensaba que los árabes eran un obstáculo para nosotros en este país, y que no podríamos vivir juntos. Pero el boxeo nos ha unido", asegura.

Jaafari entrena en el club desde hace 14 años, y se ha desempeñado como árbitro de boxeo en torneos israelíes. Para él, "el deporte trasciende fronteras".

"Nos ponemos los guantes y dejamos la situación política fuera del cuadrilátero", afirma.

Es más fácil decirlo que hacerlo: durante los peores años del conflicto, Jaafari se mantuvo alejado para evitar encuentros incómodos con otros miembros del club.

"¿A quién le importa la situación política? Estamos aquí. Somos más que amigos; ellos son como mi familia", resume Jaafari.

En Jerusalén, israelíes y palestinos viven vidas separadas, paralelas. Vivienda y educación por separado, aspiraciones políticas separadas, todo contribuye a una creciente alienación mutua.

En el club, además de su pasión por el boxeo, lo que parece unir a estos israelíes y palestinos es su contexto social. La mayoría proceden de barrios pobres.

Alentado por los Luxemburg para crear una alternativa a la vida callejera para los más jóvenes, Jaafari abrió un club de boxeo en su propia comunidad. Los boxeadores entrenados por él han conquistado lugares importantes en los campeonatos palestinos.

Otro palestino, Git Zakhalka, lidera una sesión de calentamiento, trotando por el cuadrilátero, seguido por jóvenes israelíes aspirantes a boxeadores.

Finkelstein reconoce que, más allá de los límites seguros del club, no pasa tiempo con palestinos.

El boxeo lo ha cambiado. "Antes pensaba que los árabes eran estúpidos, terroristas", admite avergonzado. "Pero luego conocí palestinos aquí, y todos ellos son agradables. Somos amigos. Éste es un gran lugar para adquirir cierta perspectiva. Si oigo que un amigo habla mal de los árabes le digo: ‘Tú no conoces a los árabes; yo sí’", expresa.

Al sonar la campana, termina otra sesión de entrenamiento. Finkelstein y Jaafari se dan la mano amistosamente.

En tiempos bíblicos, David y Goliat pelearon hasta la muerte, dice Finkelstein. En cambio, "aquí hacemos series y ganamos puntos", añade. Marcar puntos en series de combate es precisamente lo que israelíes y palestinos vienen haciendo desde hace casi 63 años. ¿Los salvará la campana?

"Hay guerra, pero también hay vida. Podemos manejar esto",

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