miércoles, 29 de septiembre de 2010

IRÁN: EL PODER DEL PETRÓLEO

En Irán, habrán de sentenciar a una mujer acusada de adulterio y eventualmente asesinato.

Quizás cuente con el beneficio de una muerte rápida en la horca o quizás se falle por la lapidación, que consiste en un asesinato a pedradas de tamaño medio, como para no matar de forma inmediata ni herir levemente a la acusada.

Hace un par de días su líder político el presidente Ahmadinhejad, avalado en su candidatura por el Consejo de Ayatolas quien primariamente determina quien tiene acceso al liderazgo político, declaró una diatriba judeofóbica y patológicamente antiisraelí en las Naciones Unidas. Negando además el Holocausto, como es de costumbre y rigor en sus planteos nacionales e internacionales.

Salvo un grupo de países, los demás delegados se quedaron sentados en su lugar, escuchando al dictador enceguecido, como si sus palabras fuesen filosofía constructiva y debemos suponer, aplaudiéndolo al culminar.

¿Coinciden los pueblos representados por sus diplomáticos con dicha postura? ¿Resistirían una encuesta de opinión los embajadores asignados a la Asamblea de las Naciones Unidas?

No lo podemos saber. En los países del mundo musulmán, seguramente sí y en varios de los países occidentales o asiáticos, probablemente no.

Pero la mayoría de ellos tampoco se levantaron. Latinoamérica en pleno es un vergonzoso ejemplo continental en tal sentido, con la excepción de Costa Rica.

¿Sería ésta la geopolítica actual si Irán fuese una potencia en plantaciones de cítricos u olivares? ¿O decididamente de escasos recursos?

Bajo esta hipótesis, nos atreveríamos a mirar a dicho país emblemático de una maravillosa cultura de todos los tiempos, como la persa, con ojos probablemente más críticos.

Recordaríamos con mayor frecuencia y condenaríamos la guerra fratricida que supo mantener con su vecino Irak por la hegemonía del mundo musulmán, provocando la muerte de un millón de personas.

Nos seducirían menos los discursos salvajes, el ahorcamiento de homosexuales en las plazas públicas, o la exportación de sus ambiciones imperialistas y políticas guerreras contra todo aquel que no conciba su modelo de vida religiosa.

Nadie aceptaría que pretende construir centrales atómicas con fines pacíficos, ni admitiría que quiere borrar a otro país del mapa y asesinar a sus cerca de siete millones de habitantes. No nos importaría que compre arroz o regale algún dinero para disfrazar su modelo de humanismo.

No miraríamos al costado como si no hablasen de nosotros, pues el riesgo es para toda la humanidad, incluyéndonos.

Sucede que el galón de gasolina en Irán cuesta 32 centavos de dólar, y en Venezuela 6 centavos de dólar. Por ello el primero puede contaminar a nuestro continente con su conflicto y Venezuela oficiarle de caja de resonancia y subagente exportador de sus postulados.

No resiste el sentido común, un vínculo ideológico coherente entre el socialismo- de ningún tipo- y el integrismo iraní.

Salvo debido a ese poder ilimitado que les da el dinero; por el cual se le rinde pleitesía, en honor a un pragmatismo diluido en valores.

Sabido es que varias religiones tienen problemas con la justicia civil y laica, en todos los países. Apoyamos a la Justicia.

En muchos países existe la pena de muerte, y lo condenamos.

A varios países el poder económico los ubica en podios de privilegio, y estamos en contra de esos privilegios.

Condenamos a quienes contaminan el planeta, ejecutan a presos, tratan de gusanos a disidentes políticos, son imperialistas y generan guerras a miles de kilómetros de sus territorios.

Sería importante que el próximo discurso de Ahmadinhejad lo hablase solo, ante una sala vacía. Estamos a tiempo.

La historia nos debería haber dejado una lección universal del alcance de destrucción que poseen los sociópatas seductores como Hitler, el Khemer Rojo, y en estos tiempos, el gobierno de Irán

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