martes, 8 de noviembre de 2011

Los judíos etíopes celebran sus 20 años en Israel

Los judíos etíopes celebraron el miércoles pasado el vigesimo aniversario del puente aéreo que los trajo a Israel en la Operación Salomón, pero lo hacen con el trasfondo de unas preocupantes estadísticas sobre su integración económica y social.

La ceremonia de conmemoración tuvo lugar en Jerusalén, organizada por el presidente Simón Peres y con la participación de la Ministra de Inmigración y Absorción, Sofa Landver, y los principales dirigentes de la comunidad etíope.

Según anticiparon, planearon un acto que realce los logros de una comunidad que en su mayoría llegó a Israel en una operación secreta encubierta del Ejército israelí, un puente aéreo con 34 aviones.

Unos 14.400 etíopes, descendientes, según los historiadores, de las relación entre el rey Salomón y la reina de Saba, fueron trasladados a Israel en sólo 34 horas.

Seis años antes, otros 8.000 habían llegado en la Operación Moisés, que tuvo que ser interrumpida cuando los medios de comunicación descubrieron su existencia y los países árabes presionaron a Sudán -que servía de puerto de embarque a cambio de fuertes remuneraciones económicas y armas-, para que dejara de colaborar con Israel.

“La llegada de estos inmigrantes supuso un reto”, explica el investigador Steven Kaplan, director del Centro Truman para la Paz, anexo a la Universidad Hebrea de Jerusalem.
“Fue particularmente complicado porque llegaron a un Israel distinto al de los años 40 y 50 (al que llegaron otros inmigrantes judíos de Europa y los países árabes) y no a un Estado en sus principios que no había definido aún ni su identidad ni sus objetivos”, agrega.

La existencia de la comunidad judía de Etiopía, denominada a sí misma “Beit Israel” (Comunidad de Israel) y formada hoy por unas 120.000 personas, se conoce por documentos desde el siglo XIV y por viajeros que pasaron en los siglos XVIII y XIX por el cuerno de África.

No obstante, su presencia se remonta al primer milenio antes de la era común.
Los expertos no se ponen de acuerdo en si son descendientes de los amoríos entre el rey Salomón y la reina de Saba alrededor de siglo X a.C., de judíos que fueron exiliados a Egipto tras la destrucción del Primer Templo 400 años después, o de emigraciones desde el norte de África o la Península Arábiga a partir del siglo I.

Guiados por el rigor histórico, para Kaplan es imposible saber el origen exacto porque marginando la leyenda y los escritos rabínicos -que los creen descendientes de la bíblica tribu de Dan-, los historiadores más serios toman únicamente como punto de referencia los documentos eclesiásticos y rabínicos de los siglos XIV y XV.

Y aunque con la creencia en un mismo dios y un mismo origen, el tiempo transcurrido y la desconexión abrieron una gran brecha entre las prácticas litúrgicas de los judíos etíopes y las de la mayoría del judaísmo convencional -de origen europeo, norteafricano y mesoriental-, diferencias que a su llegada a Israel abrieron un amargo debate sobre si debían ser “reconvertidos” al judaísmo.

El debate religioso, las diferencias culturales, la brecha económica y su color de piel, fueron decisivos en su deficitaria aclimatación.
“Las diferencias económica y culturales eran más grandes que con otros grupos”, sostiene Kaplan, y “aunque hablar de fracaso puede ser excesivo, hay no pocos problemas por resolver”.

El éxito inicial de su inserción, afianzado sobre presupuestos extraordinarios del Gobierno israelí y de donantes extranjeros que luego se desvanecieron, dio paso rápidamente a un retroceso que hoy sitúa a un 65%o de la comunidad bajo el umbral de la pobreza, según un informe de 2010 realizado por el Instituto Brookdale de Jerusalemm.

El desempleo la afecta en un 14%, más del doble que al resto de la sociedad israelí, y sus condiciones de vivienda y sus logros educativos son de los más bajos en todo el país.

El informe sólo destaca dos avances en la última década: menos deserción escolar y mayor incorporación de mujeres a puestos de trabajo.

El académico Jack Habib, que encabezó el estudio, atribuye a los recortes presupuestarios y donaciones el fracaso de su aclimatación, pero el diputado Shlomo Molla, vicepresidente del Parlamento, recuerda que aún así reciben una asistencia “tres veces más grande que otros inmigrantes e israelíes nativos”.
El problema, asevera Molla, que dirigió la emigración etíope durante más de una década, está en que el dinero es gastado en buscarles trabajo y subsidios salariales, en lugar de “invertirlo de forma inteligente en proyectos que alienten la excelencia”.

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