domingo, 29 de agosto de 2010

Hemos recorrido un largo camino

por Tara Eliwatt


Mientras revisaba la cabeza de mi hija para ver si tenía piojos bajo la luz fluorescente del baño, con sus gritos repercutiendo en los azulejos y haciendo eco por la casa, murmuré:

No creo que vaya a lograrlo en Israel.

Tenía muchas tareas que terminar antes de ir a dormir. Revisar cada hebra de pelo, peleando con mi hija de cinco años, me sacaba de quicio.

Recuerdo haber insertado el peine para piojos en el cuero cabelludo de mi hija pensando melancólicamente en mis amigas en Nueva Jersey, hablando inglés sin tener que buscar una de cada dos palabras en el diccionario, dando a luz en inglés y llevando a cabo la rutina de acostarse sin tener que estar buscando liendres.

Una amiga me dijo el otro día que una nueva familia llegaría esa tarde de Aliá. Me acordé de la excitación y las expectativas que sentimos cuando nuestro vuelo tocó la pista de aterrizaje en el aeropuerto Ben Gurión hace seis meses. Cómo nos bajamos del avión y entramos a una vida completamente nueva. Recuerdo el cansancio y el calor de Israel, nuestro pequeño departamento con colchones en el piso de la cocina, el jet lag causado por el viaje y el sentimiento de estar completamente perdida.

Y con una lágrima en mi ojo, reconocí cuán lejos habíamos llegado en seis meses.

Desde que llegamos a nuestro Ishuv (asentamiento) hace seis meses, en tres taxis con 17 maletas, 6 bolsos de mano y 3 sillas de auto para bebé, agotados y acalorados, hemos logrado mucho. Nos hemos mudado dos veces, desempacamos nuestra carga de 125 cajas, fuimos a comprar muebles en una idioma extraño, abrimos una cuenta de banco, obtuvimos seguro médico, compramos un auto usado, arreglamos el auto usado, dimos a luz a un nuevo bebé (nuestro primer sabra), vivimos una guerra y experimentamos el primer viaje de negocios de mi marido de vuelta a Estado Unidos.
Sin mencionar que observamos a los niños acomodarse en nuevas escuelas, hacer amigos y aprender hebreo.

Ahora puedo llamar a la compañía de gas para conectar mi asador a la cañería de gas, a la tienda de muebles para preguntar cuando van a entregar nuestro guardarropa y a la compañía de teléfono para objetar una cuenta de teléfono. Todo esto en hebreo. No un gran hebreo, pero hebreo al fin. He recorrido un gran camino desde el aeropuerto Ben Gurión.

Mis hijos todavía no hablan hebreo fluido, pero no parece importarles. Tal como yo, saben qué decir en hebreo para lograr que sus necesidades diarias se satisfagan. Tienen muchos amigos israelíes y van a la escuela felices. Cada día, mi hija me dina nueva palabra que entiende y una nueva palabra que puede decir. Nos maravillamos con su hermoso acento israelí, admirando sus pronunciadas “erres” y sus perfectas “jotas”.

Hemos aprendido a mantenernos tranquilos y a sonreír cuando tenemos nuestros “momentos israelíes".

¿Por qué querría alguien explotar mi libro de matemáticas y mi sándwich de atún?

Como el mes pasado, cuando mi hijo olvidó su mochila en la parada del autobús. Nos dimos cuenta sólo al día siguiente cuando ya era demasiado tarde. Sus compañeros nos informaron que la fuerza de seguridad del Ishuv había detonado la mochila junto con su nuevo abrigo que estaba encima.

“¿Qué?”. Los ojos de mi hijo observaron con confusión. Me di cuenta que estaba pensando, ¿Por qué querría alguien explotar mi libro de matemáticas y mi sándwich de atún?

“Se veía sospechoso”, traté de explicarle. Él empezó a llorar, temiendo qutendría que volver a hacer todo el trabajo que había realizado desde septiembre.

Le dije a mi hijo. “Gracias a Dios, aquí están preocupados de nuestra seguridad. Y deberíamos estar contentos y agradecidos”.

Volvió a la parada del autobús y recolectó lo que quedaba de su mochila, incluyendo un pedazo de cierre y una hoja de trabajo de matemáticas arrancada. Sus amigos le enseñaron la palabra en hebreo para “explotar”. Mi marido y yo sonreímos con complicidad… sólo en Israel.

Esta tarde, encontré un bicho en el pelo de mi hija.

“Wuaj”, ella puso caras y se fue. Mi hijo llevó el pañuelo desechable al baño y yo continúe pasando el peine a través de su pelo dándole a ese bicho y al que le siguió poca fanfarria. Mi hija ha madurado para aceptar estas revisiones tal como los libros antes de acostarse y los dulces en Shabat (a pesar de ser mucho menos placenteras), e irónicamente, yo he llegado a apreciar ese momento especial de madre – hija que compartimos (mientras yo no tire accidentalmente un pelo de su cabeza).

Sabemos que tenemos un camino mucho más largo que recorrer y mayores desafíos que superar. Pero ahora que hemos tomado la decisión, tenemos más confianza para forjar el futuro y establecer nuestras vidas aquí en Israel. Estamos menos exhaustos y menos abrumados. Entendemos que la Aliá es un proceso que no termina cuando te bajas del avión o cuando te llegan los pasaportes israelíes por correo. De hecho, apenas hemos empezado nuestra Aliá. Pero es un buen comienzo, gracias a Dios.

En algún lugar sobre el arcoíris, aterricé en la tierra de Israel.
por Ester (Ellen) Katz Silvers
Habiendo crecido en los sesenta, yo, al igual que un sinnúmero de jóvenes, esperábamos esa especial tarde de domingo de primavera cuando “El Mago de Oz” iba a ser exhibido en la televisión. Recuerdo claramente las mañanas de lunes que seguían a esos especiales espectáculos. Ninguna profesora podía atreverse a enseñar una lección normal sin permitir primero un tiempo de discusión sobre la película. No sé si eso ocurría en otras escuelas a lo largo del país o sólo en las que estaba en mi estado. Éramos especiales. Así como para Dorothy de El Mago de Oz, Kansas era nuestro hogar.

Pero a diferencia de la mayoría de mis compañeras, Kansas no había sido el hogar de mi familia por generaciones. Mis abuelos maternos habían nacido en Europa y lentamente se hicieron camino a Leavenworth, Kansas. Mi padre voló de la Alemania Nazi en 1937 y llegó a Wichita donde conoció a mi madre.

También, a diferencia de mis compañeras, yo no veía mi futuro en Kansas. Incluso antes de entender lo que significaba la universidad mi madre empezó a adoctrinarme para ir a una universidad fuera del estado. Ella sabía que las probabilidades de que me casara en la universidad eran altas y había muy pocos estudiantes judíos en las universidades de Kansas.

Así que a la edad de casi 18 años, dejé mi casa y fui caminando sobre el arco iris – hasta Arizona, sin ni siquiera un perro que me hiciera compañía.

Extrañé mi casa al comienzo. Luego de un tiempo corto, tal como había visionado mi madre, conocí a un hombre que posteriormente se convirtió en mi esposo. Juntos empezamos a aprender más sobre nuestra herencia judía. Los dos empezamos a comer Casher y a cumplir Shabat. Cuando nos casamos decidimos establecer nuestro hogar en Phoenix y unirnos a la pequeña comunidad ortodoxa de ahí. Vivimos ahí por 12 años y luego decidimos hacer Aliá.

Sí, me estaba yendo a mi hogar en la tierra de Israel, pero estaba dejando atrás a mis padres.

Nunca olvidaré ese día en 1986 en el aeropuerto de Wichita. Despidiéndome con besos de mis padres, fue una de las cosas más difíciles que he hecho. Me sentía como Dorothy diciéndole adiós al león, al hombre de hojalata y al espantapájaros. Sí, me estaba yendo a mi hogar en la tierra de Israel, pero estaba dejando atrás a mis padres. ¡Mis padres! Nuestra relación ni siquiera se podía comparar con la amistad que tenía Dorothy con sus amigos de la Tierra de Oz.

Hubo muchos ajustes que hacer en nuestra nueva vida en Israel. Mientras pasó el tiempo, nuestro hebreo mejoró, nos empezaron a gustar nuevas comidas y encontramos la comunidad de Shiloh para formar nuestro hogar. Todo parecía hacerse más fácil cada año excepto una cosa, que no era un tema menor: nuestros padres. Se hizo más y más difícil para ellos viajar.

Yo y mi marido hacíamos turnos para visitarlos, usualmente con un niño a remolque. Cada vez que mi visita terminaba yo recordaba esa escena del aeropuerto de Wichita en 1986. Sólo ahora las palabras de Dorothy, dichas antes de que juntara sus tacones tres veces para irse a casa, rondaban mi cabeza. “Oh, va a ser tan difícil decir adiós. Yo también los quiero a todos”.

Con los años aprendí a controlar mis lágrimas mientras me despedía de mis padres. Cada vez que abordaba el avión sentía una mezcla de culpa por dejarlos y de alegría por volver a casa. Me gustaría que con sólo hacer sonar mis tacones pudiera estar allá. Cada vez después de aterrizar en Ben Gurion, más de las palabras de Dorothy corrían por mi mente. “Toto, estamos en casa, y este es mi cuarto y están todos aquí y yo nunca me voy a ir, nunca más, porque los quiero a todos”.

Cómo deseaba no tener que irme nunca, nunca más. Mi madre murió el 2000 y extrañaba el no poder visitarla. Traté de hablar con mi padre para convencerlo de que se viniera a Israel con nosotros. Él tenía miedo de hacer un cambio tan grande y se quedó en su casa solo hasta el año 2007, cuando el doctor le dijo que tenía sólo un par de meses de vida.

Trajimos a mi padre a Shiloh a vivir con nosotros. Después de 20 años de ver a su hija y a sus nietos solo esporádicamente mi padre nos estaba viendo a diario. Tal vez fue todo el amor que recibió aquí el que probó que el doctor estaba equivocado. En vez de un par de meses mi padre tuvo 11 meses especiales con nosotros.

Algunos judíos tienen el privilegio de vivir aquí. Otros tienen el honor de ser enterrados aquí.

Mi padre fue enterrado en el cementerio de Shiloh en un funeral al que asistieron amigos, vecinos, rabinos y familia, y una vez que terminé el período de shivá me enfrenté a un problema. Mi madre y mi padre habían sido una pareja muy devota. Correspondía que estuvieran juntos, uno al lado del otro eternamente. Entonces inicié el proceso de traer a mi madre aquí para re-enterrarla.
No era fácil – el proceso era complicado y caro. Fue mi tío el que me impulsó a seguir con el plan.

Ocho años y un día después de que mi madre murió, fue re-enterrada junto a mi padre en la Tierra de Israel. Algunos judíos tienen el privilegio de vivir aquí. Otros tienen el honor de ser enterrados aquí. Existen aquellos que sólo vendrán al final de los días con la resurrección de los muertos.

Hubiera sido lindo si yo hubiera tenido generaciones de mi familia en Israel como mis compañeros no judíos tenían en Kansas. Por siglos esa no era una realidad para los judíos. Pero ahora lo es. Podemos venir todos a casa. Como dice Dorothy al final de la película, “No hay lugar como el hogar”.

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