domingo, 3 de junio de 2012

10 Razones por las que Admiro a Israel




La historia de Israel es uno de los capítulos más grandiosos en los anales de la historia.

por David A. Harris


En las noticias dicen: "Si no hay sangre no vende". Por ende, la historia completa de Israel rara vez es contada.
Y con la constante ráfaga de ataques anti-Israel – desde la mayoría árabe de la ONU a las sanciones-boicot-desinversión; desde el lobby generado por las habilidosas ONG a la alianza roja y verde (radical musulmán de extrema izquierda) – no queda mucho lugar para mostrar la imagen completa tampoco.
Pero la historia de Israel merece ser contada. Es, para parafrasear a Winston Churchill, uno de los capítulos más grandiosos en los anales de la historia.
Esto es lo que más admiro:
Primero: la identidad del pueblo judío está construida sobre tres pilares: una fe, un pueblo y una tierra.
La tierra es inextricable para la ecuación. Incluso cuando los judíos fueron echados de la tierra por la fuerza – como ocurrió más de una vez – nunca, ni por un momento, perdieron la conexión con ella; siempre fue el centro de sus plegarias y de su sistema de creencia. Jerusalem, física y metafísicamente, es el centro de la existencia judía. La determinación de los judíos para reafirmar ese lazo por miles de años sólo puede generar asombro.
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Segundo: quienes habitaron la tierra, o retornaron a ella, antes del renacimiento del Estado en 1948 enfrentaron desafíos indescriptibles.
Esos desafíos podrían fácilmente haber derrotado a personas menos decididas. El terreno mismo era árido e inflexible, los pantanos estaban infestados de enfermedades, el agua era escasa, las bandas de pillos árabes los ponían en riesgo. Pero ellos persistieron.
Tercero: esos pioneros, en contra de todas las posibilidades, hicieron florecer un campo tras otro, un árbol tras otro, un trabajo tras otro (para judíos y árabes por igual), y un vecindario tras otro.
Y asimismo, hicieron florecer al hebreo moderno. Tomaron un lenguaje antiguo y lo hicieron contemporáneo, y gracias a eso se convirtió en la lengua del nuevo Estado.
Cuarto: las políticas de estado no eran simples.
Tomó 50 años desde la visión de Teodoro Herzl del renacimiento de la nación judía hasta el Plan de Partición de 1947 de la ONU, que determinó que un estado judío y un estado árabe emergerían de la Palestina gobernada por los ingleses. Durante esas cinco décadas – y con todos los altibajos globales, las artimañas de los gobiernos y fuertes políticas – el liderazgo judío en la tierra perseveró. Fueron impávidos.
Quinto: ese mismo liderazgo judío entendió que media torta era mejor que nada. A pesar de que los judíos hubieran querido un estado más grande, y creían que los hechos históricos los hacían merecedores del mismo, el pragmatismo prevaleció por sobre el maximalismo. Y ahí radica la diferencia fundamental entre los líderes judíos y árabes de la época, y esa ha sido la diferencia desde entonces.
El Plan de Partición de 1947 podría haber solucionado las aspiraciones de judíos y árabes por igual (es decir palestinos, pero el término todavía no era utilizado en la ONU). Hubiera habido dos estados para dos pueblos viviendo juntos, idealmente, en paz y cooperación. Pero la insistencia árabe para quedarse con toda la tierra desató una guerra. La guerra creó un problema de refugiados, y el sueño de “tener todo” continúa siendo alimentado por demasiados líderes palestinos.
Sexto: la guerra de 1948 para aniquilar al nuevo estado podría haber sido la primera y última guerra de Israel, pero no lo fue.
Superados ampliamente en número y con inferioridad armamentística, los 650.000 judíos podrían haber sido exterminados por los cinco ejércitos árabes que estaban atacando, incluyendo a los jordanos que habían sido entrenados por los ingleses. Pero los judíos comenzaron con entusiasmo, pelearon con armas a menudo difíciles de conseguir, y eventualmente ganaron, mientras que perdieron el uno por ciento de su población – y esa fue la primera de las muchas guerras que Israel ganaría para defender su propio derecho a la existencia.
Séptimo: la capacidad de Israel de defenderse a sí mismo no es nada menos que extraordinaria. Un país del tamaño de Nueva Jersey, y sin una topografía militar favorable, ha resistido repetidos ataques de todo tipo – guerras, baterías de misiles, atentados suicidas, secuestros, manipulación de leyes y libelos de sangre modernos.
La moral y el compromiso de los israelíes a cumplir con sus obligaciones nacionales – cuando, sin lugar a dudas, preferirían quedarse estudiando, socializando y viajando – es destacable. Solos, sin haber pedido nunca la ayuda de tropas de otras naciones, defendieron el estado. Y el ingenio técnico de Israel para enfrentar cada nuevo desafío con éxito ha sido una lección para otros países. Desde Entebe a la Cúpula de Hierro, desde Osirak a la planta nuclear de Siria, Israel ha brindado respuestas viables a amenazas aparentemente insuperables.
Octavo: Israel ha forjado una sociedad mucho más cohesiva y vibrante que lo que muchos predecían.
¿Cómo, preguntaban los escépticos, podría Israel absorber judíos de cantidades de países con diferentes lenguajes, tradiciones políticas, normas culturales y prácticas religiosas? ¿Cómo podría Israel forjar un estado democrático cuando tantos refugiados vinieron de tierras árabes no democráticas y de sociedades comunistas – y todo esto en una región (el Medio Oriente), en donde no hay ninguna tradición de sociedades libres y abiertas? ¿Cómo podrían coexistir los judíos religiosos y los seculares? ¿Cómo podría Israel absorber a más de 100.000 judíos etíopes que vinieron de aldeas sin electricidad u otras comodidades modernas? ¿Y cómo podrían los no judíos, especialmente una gran comunidad árabe, participar como ciudadanos del Estado de Israel?
Todo esto es un trabajo en curso, todavía no hay una armonía absoluta pero, después de 64 años del renacimiento de Israel, puede decirse que las fuerzas centrípetas que unen al estado son mucho más fuertes que las centrifugas que tiran hacia el otro lado – y, dada la magnitud de cada uno de los desafíos, esto no es un hecho nada despreciable.
Noveno: dadas las incansables amenazas y peligros, Israel podría haberse recogido, abandonado la esperanza y renunciado a la paz, pero no lo ha hecho.
En cambio, Israel ha abrazado al mundo, compartiendo su amplio conocimiento en la materia con los países en desarrollo, y a menudo, estando entre los primeros en la escena cuando acontecen desastres. Ha apoyado la vida de una manera que es difícil de imaginar. Y, a pesar del fracaso de un esfuerzo de paz tras otro desde los históricos tratados con Egipto (1979) y Jordania (1994) – por no mencionar las experiencias de retirada del sur del Líbano sólo para que Hizbolá, sustentado por Irán, ocupara el lugar desalojado, o de Gaza, sólo para que Hamás, cuyos estatutos llaman a la destrucción de Israel, tomara el control – Israel aún se aferra a la creencia de que la paz, basada en una importante resignación de territorio y en una solución de dos estados, es posible.
Y décimo: lo que los turistas ven por ellos mismos cuando vienen a Israel.
Como muchos visitantes primerizos comentan, ellos no tenían idea que Israel era tan pequeño ni que sus desafíos de seguridad eran tan complejos.
No tenían idea de que el árabe es un idioma oficial y que los árabes israelíes, incluso aquellos que se oponen a la existencia misma del estado, han sido elegidos para el parlamento israelí.
No sabían que las iglesias y mezquitas se encuentran en todos lados, con absoluta libertad de culto.
No tenían idea lo antiguo y moderno que es el país al mismo tiempo.
No entendían la avanzada democracia que es, incluyendo una prensa llena de vida, una magistratura independiente, una variedad de organizaciones sin fines de lucro, abundantes partidos políticos y una cultura argumentativa y autocrítica.
Y no tenían idea lo orgullosos – y optimistas sobre el futuro – que son la mayoría de los israelíes.
Por casi 2.000 años, los judíos sólo podían soñar – y rezar – por el renacimiento de Israel. Hoy es una realidad. Y yo me cuento entre los afortunados que la ven desarrollarse frente a sus propios ojos.
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