lunes, 29 de agosto de 2011

Los misiles disparados desde la franja de Gaza son una preocupación constante





Debo confesarlo. Hace mucho que no partía hacia una nota periodística con tanto miedo como esta vez, cuando salí de Jerusalén en camino a Beer Sheba, "capital" del Neguev, en el sur de Israel. Es que viajé casi con la certeza de que apenas entrara a la ciudad, comenzarían a sonar nuevamente las sirenas de alarma, como todos estos días, indicando que un misil Grad había salido desde la franja de Gaza disparado hacia Beer Sheba. Tendría un minuto para resguardarme. Todo un lujo por cierto, considerando que en Sderot y en las localidades colectivas (kibutzim) pegadas a la frontera con Gaza, tienen solo 15 segundos. Y eso lo vive la gente todos los días.

Quiso la suerte o el destino, que durante mi estancia en Beer Sheba, no sonaron las alarmas. Eran horas en las que Egipto presionaba a los grupos radicales palestinos a aceptar un alto al fuego y dejar de disparar, por lo cual durante unas horas redujeron sus disparos. Lo interesante es que cuando ya entró oficialmente en vigencia, el alto al fuego no fue digno nunca de su nombre. Los cohetes siguieron cayendo. Entre compatriotas uruguayos radicados en Israel que viven al alcance de los disparos de Gaza, se desarrolló una especie de humor negro. "Parece que los terroristas están con la hora de Uruguay y para ellos todavía no es la hora de dejar de disparar".

De todos modos, al recorrer los sitios afectados por los misiles, el hospital Soroka de Beer Sheba, la Municipalidad, y hablar con la gente, uno se siente en la mirilla de quienes apuntan y disparan. No se sabe cuándo puede suceder. Y eso lo vive la gente todos los días.

Solo estando en el terreno se puede captar a fondo, comprender cabalmente, por qué los números de muertos a raíz de los cohetes son relativamente bajos, en comparación con su potencial. Cada uno de ellos -incluso los Qassam, menos poderosos que los misiles Grad- puede matar a decenas de personas al impactar en tierra. Afortunadamente, ese no suele ser el resultado. Pero no porque sean armas de juguete o porque los terroristas que los lanzan apunten mal a propósito.

La explicación radica en gran medida en la alerta que hay en Israel y los esfuerzos destinados a proteger a la población que ha aprendido a resguardarse apenas oye la sirena, y que cuenta además con la ayuda de la batería antimisiles "Cúpula de Hierro", que ha interceptado ya numerosos cohetes y misiles, salvando así muchas vidas.

Hay, claro, no pocas casualidades -milagros dirán algunos-. Cohetes que cayeron sobre un jardín de infantes cuando los niños estaban en el jardín, o cuando faltaba cinco minutos para que comiencen allí su jornada. O lo que le sucedió a Meir, un hombre de 56 años al que conocí en este viaje a Beer Sheba. Cerca de su casa impactó un Grad el pasado sábado de noche, pero él y su familia estaban en el hospital porque días antes había sufrido un ataque cardíaco.

O el impresionante sexto sentido del intendente de Beer Sheba Rubik Danilovich, que ya van dos veces que salva a cientos de niños y jóvenes al decidir a último momento cerrar una escuela por las dudas. Hace unos años, cuando los misiles comenzaron a caer sobre su ciudad, ordenó una noche que las escuelas y jardines de infantes no funcionaran porque era demasiado peligroso. A la mañana siguiente, un misil impactó sobre un liceo. Recuerdo los destrozos que vi en el lugar. Y ahora, aunque hay vacaciones de verano, el domingo de mañana iba a tener lugar en el liceo Tuviahu una jornada de "orientación". Setecientos estudiantes iban a llegar a las 8 de la mañana. Danilovich dijo "no, se cierra". A las 9 cayó un Grad y entró por el techo del gimnasio, donde todos deberían haber estado reunidos.

Conocemos el fenómeno común en información internacional, por el cual si no hay muertos en determinado incidente, el tema prácticamente no es considerado noticia. Es interesante ver pues qué hay detrás del lidiar con los heridos.

En el hospital Soroka lo tienen bien claro ya que ellos, siendo el principal hospital del sur, el segundo de Israel, fueron quienes recibieron a casi todos los heridos de la zona en la nueva escalada, también los del sábado por la noche. El doctor Yosi Klein, jefe de la Unidad de Cuidados Intensivos, el primero que recibe a los heridos más graves que llegan al hospital, resumió la situación.

Dos de las personas que llegaron, sufrían múltiples heridas. Una de ellas ya no tenía pulso ni presión arterial. Todos pensaban que estaba muerta. Fue llevada de inmediato a la sala de emergencia. Le dimos 30 unidades de sangre, lo cual equivale a cambiar toda su sangre seis veces. Logramos devolverle la vida. Es un gran desafío tomar un paciente de esa forma y ahora está estabilizada. Está viva", dijo Klein. "Yo no creía que dos de los heridos estarían vivos hoy". Y de inmediato, pasa a explicar el doble desafío que significa atender a los pacientes de rutina, a los heridos por los misiles, y garantizar que el hospital mismo se pueda proteger.

"El temor de estar bajo ataques de misiles no es una fantasía. Durante la guerra en Gaza tres misiles casi impactaron sobre el hospital mismo. El más cercano pegó a 100 metros de aquí. Por lo tanto, no queremos correr riesgos con la vida de nuestros pacientes. No es que nos preocupamos en vano. Sabemos que a cualquiera le puede pegar. Cuando yo vine en camino al hospital, sonó la sirena, salí de mi coche, me tiré al piso con la esperanza de que no me cayera el misil encima. Nadie sabe dónde puede caer".

El doctor Shlomo Kudish, vicedirector general del hospital Soroka, matiza la conversación con una información práctica: "Lo siento, pero si hay alarma tenemos que salir de esta oficina e ir a la parte más protegida para mayor seguridad".
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