sábado, 1 de enero de 2011

El judaísmo no es de todos.


Por Alberto J. Rotenberg
En el ciclo anual de lectura de nuestra sagrada Torá, terminamos de leer el primero de los cinco libros, “Bereshit”, con su parashá “Vaiejí”, y seguimos con el segundo, el Séfer “Shemot”. La parashá “Vaiejí” aparece escrita muy junto a la anterior, como si estuviera escondida o costara encontrarla, pues trae la idea de duelo. Aquí se relata la muerte del último de los patriarcas, Iaacov, líder espiritual del pueblo hebreo.
El fallecimiento de Iaacov Abinu tuvo efectos muy trascendentes. A raíz de la graves crisis económica mundial, el patriarca se había trasladado junto a sus hijos-que a la postre iban a ser la base de las doce tribus de Israel- a las tierras de Egipto, instalándose en la zona de Goshen. Allí los hebreos habían abierto su casa de estudio y vivían juntos manteniendo firme su identidad y el cumplimiento de los preceptos. Cuando sobreviene la pérdida de este líder espiritual, lentamente el pueblo comienza un proceso de integración con la sociedad circundante, copiando sus costumbres, tratando de “integrarse” e “integrar ambas culturas”.
Así, se relata en Shemot, viene un nuevo faraón “que no conoció a Iosef” (el hijo de Iaacov que llegó a ser el virrey de Egipto, convirtiéndolo en la potencia económica mundial de la época), y expresó su extraño temor que los hebreos pudieran aliarse con los enemigos ante un eventual ataque que pudieran sufrir los egipcios por parte de otros pueblos. Luego llega el proceso de la esclavitud, hasta que el Todopoderoso nos libera haciendo padecer a los opresores las famosas diez plagas, la última de las cuales fue la muerte del primogénito. En este caso el Creador debió “saltear” las casas de los hebreos para castigar a los egipcios, lo que da la idea que ambos pueblos vivían integrados uno al lado del otro. De hecho la asimilación del pueblo hebreo era tal que la gran mayoría no salió de Egipto, habiendo fallecido a consecuencia de una de las últimas plagas.
Si en el estrecho marco de estas líneas reflexionamos acerca de lo que nos relata nuestra Torá, obtendremos algunas enseñanzas de gran ayuda para los tiempos que corren. Hoy se escuchan voces que proclaman luchar contra la asimilación mediante la integración de la cultura judía con la gentil, o postulan el cumplimiento de la “Halajá” -ley judía- para todas aquellas
personas que -precisamente de acuerdo a esa misma ley- no son judíos. Para ello se emplea la expresión “pluralismo religioso”, lo cual de por sí es una contradicción elemental. Es decir, de acuerdo a la Halajá, la Ley judía que se invoca y se pretende cumplir, se es judío o no se es. En todo caso, se podrá decir que en Argentina está vigente la libertad de culto, para que cada ciudadano practique su religión.
Por ello la utilización de otra expresión, judío “religioso” o “no religioso” sólo abre brechas que no debieran existir, ya que por el sólo hecho de ser judíos tenemos las “halajot”, leyes que regulan nuestras acciones, junto con la Torá escrita y oral más las prescripciones y enseñanzas de nuestros sabios que nos transmiten los valores inherentes a nuestra identidad. Todos los judíos estamos bajo el yugo de las mismas normas. Luego, cada uno en particular tendrá su
nivel de cumplimiento, su propio recorrido en su crecimiento espiritual, y está el Creador para juzgarlo.
No es posible anunciar permanentemente la existencia de un incendio, y echarle nafta para apagarlo. La asimilación se ha cobrado hasta ahora más pérdidas de judíos que el fatídico genocidio nazi, ya que los alemanes han matado físicamente, pero el proceso asimilatorio produce su alejamiento espiritual y por ende el desmembramiento de su pueblo.
Quienes sostienen ideas que buscan legalizar la integración, aunque el resultado sea legalizar la desintegración, probablemente no lo hagan a sabiendas ni con la intención de atentar contra nuestra continuidad. Pueden estar condicionados por no haber tenido oportunidad de contar con todos los conocimientos y la formación que les permitan un análisis diferente, o tal vez por entender que su camino es el más adecuado -cuando en realidad puede ser el más cómodo y menos comprometido-, producto de la influencia de algunos líderes espirituales que han confundido a la comunidad llevándola por el camino del facilismo y la conveniencia, por el “todo vale” o “todo se puede” para apaciguar los ánimos, dejando así instalado el problema en
manos de sus feligreses. Problemas que luego pagan los hijos y los nietos. Y tal vez, más de uno se enrola en una línea de pensamiento en aras de tranquilizar su propia conciencia ya que “el problema” lo tiene en su propia casa.
En el Talmud se relatan múltiples discusiones de nuestros sabios, pero todas ellas tienen una particularidad: sólo estaban orientadas a la búsqueda de la verdad y el mejor cumplimiento de los preceptos para perfeccionarse como personas, mejorar las cualidades y elevarse espiritualmente.
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