viernes, 2 de marzo de 2012

Un tenso relato del atentado que quiso acabar con el nazismo

ag.Cabanah



El 27 de mayo de 1942 a las 10.30 de la mañana, dos hombres esperan en la curva de una calle a la entrada de Praga. Esperan que pase el Mercedes Benz que traslada al jefe de la Gestapo, al hombre de Hitler en el Protectorado de Bohemia y Moravia, Reinhard Heydrich. Lo van a matar, van a asesinar a “ La bestia rubia” , a “El carnicero de Praga”.

Van a cometer el atentado que buscará dar vuelta la historia del nazismo en Europa, pero sobre todo, van a protagonizar uno de los hechos de resistencia –junto, quizá, con el levantamiento del gueto de Varsovia– más heroicos, de la Segunda Guerra Mundial. Son las 10.30 de la mañana y esos dos hombres, el checo Jan Kubis y el eslovaco Jozef Gabcik, van a matar a Heydrich. Son paracaidistas y llegaron desde Londres, donde opera el gobierno checo en el exilio. Tienen el apoyo de la resistencia organizada en Praga y otras ciudades. Pero a las 10.30, cuando Gabzik encañona a Heydrich y dispara la pistola Sten, el arma se traba. La “Operación Antropoide” parece fracasar. Entonces Kubis tira una bomba que cae al pie del Mercedes. Y el auto explota. Herido, a Heydrich lo internan en un hospital, donde muere unos días después. Por una septicemia.

El escritor francés Laurent Binet narra, en su libro HHhH ( “El cerebro de Himmler se llama Heydrich” , según la frase en alemán), este capítulo conmovedor de la Segunda Guerra Mundial. Y lo narra impotente y nervioso cuando la Sten no dispara; entre el miedo y el dolor, cuando los nazis, en venganza por el atentado, arrasan la aldea de Lidice. Sin aire, o con un aire que asfixia, relata cuando Gabcik y otros miembros de la resistencia son acorralados en la iglesia de San Cirilo y San Metodio y, a punto de ser ahogados –literalmente– por los nazis, deciden suicidarse después de ocho horas de combate. Kubis había muerto antes en un tiroteo. Karel Curda, el traidor que los entregó, fue ahorcado en 1947, después de ser juzgado.

HHhH –que en 2010 ganó el premio Goncourt de primera novela– puede leerse como un thriller , aunque el final es conocido. Binet no sólo transita esos días junto con los miembros de la resistencia; cuenta las matanzas que Heydrich ordenó, su aspiración a encarnar a la perfección la raza aria. Fue a cada una de las ciudades que nombra. Se pregunta si eso que cuenta fue exactamente así. En la iglesia de San Cirilo y San Metodio están las huellas del combate. Hay flores, banderas checas, velas encendidas. Binet cuenta, por mail desde París: “Fue tan conmovedor ver las marcas de la batalla en la iglesia, que decidí escribir un libro sobre esa historia”.

¿Cree que HHhH toma más de las estrategias de la novela, la no-ficción o es un híbrido? Es un híbrido de ambos, ficción y no–ficción. Quería que se pudiera leer la historia como un thriller, pero sin intentar llenar los vacíos a través de la ficción. Enfatizar que lo que cuento es una historia real. No inventé nada, o si lo hice en alguna ocasión, siempre lo notifiqué de alguna forma, para que el lector sepa todo el tiempo qué es real y qué no. Me llevó años tener una visión completa de lo que pasó en la iglesia.

¿Por qué relata el asalto a la iglesia como si hubieran sido varios días y lo ubica en 2008? La fecha indica el momento de la escritura, no de la acción. Quería hacer hincapié en que fue duro para mí escribir esa escena, me llevó tres semanas escribir sobre unas pocas horas. También fue una manera de crear la ilusión de una dilatación del tiempo; resaltar que no todas las horas tienen el mismo valor.

¿Hay controversia en la República Checa sobre el asesinato? Sí, todavía hay una pregunta: ¿no fue el precio demasiado alto, considerando las repercusiones del atentado? ¿Valía la muerte de Heydrich la masacre de Lidice? El relato del ataque a Heydrich es casi épico y parece que la novela respira por sí misma.

Para mí, lo más importante en el arte de la novela es el ritmo. Por otra parte, imagino que comunico al lector mi empatía con la resistencia, con la que me sentí muy involucrado. Sentí que yo mismo estaba entre ellos.
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