viernes, 24 de diciembre de 2010

El precio de la no política

En estas últimas semanas hemos sido testigos, una vez más, de la enorme brecha que se se va abriendo entre las declaraciones del Primer Ministro Binyamín Netanyahu y sus acciones en el campo de la práctica. Pero, por primera vez desde que constituyó su gobierno, parece que la opinión pública israelí se ha visto obligada a considerar en toda su amplitud el precio que tendrá que pagar por ella.
El incendio en el Monte Carmel demostró el doloroso costo, en términos de vidas humanas, que implica la continua falta de atención sobre los servicios de emergencia supuestamente destinados a brindar una efectiva respuesta durante esa guerra con la cual Bibi nos amenaza regularmente. Este fracaso no hace más que exponer el fraudulento juego organizado por Netanyahu, en el cual los ciudadanos, como de costumbre, terminan pagando el precio.
Si bien resulta cada vez más evidente que el proyecto nuclear de Irán constituye una seria amenaza para todo el mundo árabe, Bibi casi ha logrado apropiarse del asunto en favor de Israel por medio de la creación de un supuesto vínculo entre el esfuerzo estadounidense contra Teherán y su total disposición para renovar el proceso diplomático con los palestinos. Pero mientras se ocupaba de insinuar una acción militar, dejó demostrado que, en la práctica, a Israel le resultaría difícil manejar incluso un incendio, seguro resultado de un ataque con misiles.
Y a pesar de sus declaraciones acerca del valor de la alianza estratégica con EE.UU, se maneja como un equilibrista entre el Presidente Obama y el Congreso, optando por aminorar aún más la relación con el mandatario norteamericano y su administración, basada en un sentido de intereses comunes y valores compartidos. Incluso, ha conseguido degradar los barrios judíos al este de Jerusalén, a quienes la Casa Blanca ya ve como simples asentamientos de avanzada no autorizados.
A pesar de su declaración acerca de "dos Estados para dos pueblos", ningún avance importante logró llevarse a cabo. Por el contrario, la intención de Bibi era condicionar las negociaciones sobre el reconocimiento palestino del carácter judío de Israel, a pesar de que ese asunto depende sólo de nosotros desde la Declaración de Balfour. Y con el fin de mostrar su disposición a pagar "dolorosos precios por la paz", se encargó personalmente de que el proyecto de referendo fuera aprobado por la Knéset.
Netanyahu tampoco se olvidó de "promover" el panorama regional. Tanto es así que la iniciativa de la Liga Árabe, mantenida tenazmente por Egipto, Jordania y Arabia Saudita, ni siquiera está dentro de la agenda de su gabinete, que la considera como un asunto "nada renovador".
Por último, no debemos olvidar sus esfuerzos para "mejorar" las relaciones entre ciudadanos israelíes judíos y árabes a través de la Ley de Fidelidad y entre judíos laicos y ortodoxos por medio de la reciente Ley de Concesiones de por vida para estos últimos..
Después de dos años de promesas vacías, la sociedad israelí comienza a pagar el costoso precio de la hueca política de supervivencia de Netanyahu.

La paz descansa en paz


fuente Haaretz

La paz ciertamente puede ser un sueño, pero no nuestro sueño. Ha llegado el momento de que reconozcamos que Israel no tiene problemas a la hora de utilizar la retórica de la paz, pero en la práctica, hace muy poco para alcanzarla.

Cualquier persona que todavía se aferre a ese axioma que afirma "la necesidad de remover cielo y tierra", necesita mirarse al espejo con más detenimiento. ¿Trabaja realmente Israel con determinación y persistencia para lograr la paz?

El anuncio conjuntamente hecho por EE.UU e Israel acerca del fracaso de la renovación de las negociaciones directas, menos de seis meses después de haber sido lanzadas en Washington, es una prueba directa de que Israel no está haciendo ningún esfuerzo por conseguir la paz. Este país carga con la mayor parte de la culpa: La historia no habrá de perdonar a quienes consideraron la extensión de la moratoria en la construcción de asentamientos, incluso durante tres meses, como un asunto más importante que la continuación de las conversaciones y el logro de una solución diplomática.

Por supuesto se podría culpar al presidente de EE.UU, Barack Obama, argumentando que no ejerció suficiente presión en ambos lados, sobre todo en Israel, y que no empleó de manera precisa la gran influencia económica y política a su disposición a fines de "persuadirlos"acerca de los beneficios que podría tener la continuación de las tratativas. Pero la historia enseña que ninguna clase de paz, ni siquiera un marco para negociar, no ha tenido éxito a menos que las partes en conflicto estuvieran realmente predispuestas a sostener un diálogo genuino.

La paz con Egipto y Jordania, los Acuerdos de Oslo y las negociaciones a lo largo de los años con Siria y otros países, se llevaron a cabo y lograron avanzar - o no -basándose en los intereses de los propios adversarios, con las grandes potencias asumiendo, en general, un rol conciliador. Los incentivos ofrecidos por los mediadores sólo resultaron eficaces cuando las propias partes estuvieron plenamente dispuestas a lograr un acuerdo.

Por lo tanto, es el rival quien asume la responsabilidad, aunque no de forma pareja. No cabe duda de que el primer ministro Binyamín Netanyahu y su gabinete son, en gran parte, responsables del último fracaso. Netanyahu es un hueso duro de roer. En su discurso inaugural de las conversaciones en Septiembre en Washington, repitió dos veces esta frase: "La historia nos ha otorgado la rara oportunidad de poner fin al conflicto entre nuestros pueblos". También usó la palabra "paz" en 14 diferentes momentos de su alocución. Si bien es evidente que los políticos no dudan en poner toda su habilidad retórica al servicio de sus agendas, estas medidas y este tipo de lenguaje establecen una dinámica de expectativas que, cuando no se cumplen, conducen a la frustración y, finalmente, al fracaso.

Netanyahu y su gabinete representan, en gran parte, lo que sucede con la sociedad israelí actual. Las encuestas de opinión indican un extremismo creciente, rayano en el racismo en la particular opinión que los judíos tienen de los árabes, así como un evidente nivel de alienación y desconfianza acerca de los objetivos e intenciones declarados por la otra parte. Dadas estas circunstancias, no es de extrañar la ausencia de una presión pública sobre el gobierno para avanzar en el proceso de paz, como así tampoco sorprende la falta de una significativa reacción del público frente al dramático anuncio de la suspensión de dichas conversaciones.

En lo que a la paz respecta, la posición de Israel hoy resulta similar a la que mantuvo después de las guerras de 1948 y 1967: El potencial para las negociaciones estaba disponible, pero el costo a pagar era demasiado alto. Una vez más, ahora también el mantener el status quo parece preferible a realizar aquellas modificaciones que los israelíes perciben como una verdadera amenaza, aún en el caso de que ellas no necesariamente entrañen un peligro real.

En la última década, Israel se ha enfrentado con una serie de iniciativas árabes: el plan de paz de la Liga Árabe; las ofertas para negociar hechas por Siria; la voluntad palestina de seguir adelante e incluso atemperar el discurso de Hamás. Los sucesivos gobiernos israelíes respondieron a todas ellas con reserva y fría indiferencia - a excepción de los últimos días del mandato de Ehud Olmert.

La apática respuesta dada por Israel frente a estos ofrecimientos no debe ser entendida como casual o circunstancial, sino como un patrón de comportamiento. Además, Israel nunca ha ofrecido una iniciativa propia que indicara concretamente su deseo de paz.

Todo lo cual nos lleva a la muy triste conclusión de que Israel - tanto su gobierno como su gente - no están realmente interesados en la paz; a lo sumo, saben imitar muy bien la bella sonoridad de las palabras de paz en sus discursos, pero eso no es suficiente.

La paz descansa en paz

fuente Haaretz

La paz ciertamente puede ser un sueño, pero no nuestro sueño. Ha llegado el momento de que reconozcamos que Israel no tiene problemas a la hora de utilizar la retórica de la paz, pero en la práctica, hace muy poco para alcanzarla.

Cualquier persona que todavía se aferre a ese axioma que afirma "la necesidad de remover cielo y tierra", necesita mirarse al espejo con más detenimiento. ¿Trabaja realmente Israel con determinación y persistencia para lograr la paz?

El anuncio conjuntamente hecho por EE.UU e Israel acerca del fracaso de la renovación de las negociaciones directas, menos de seis meses después de haber sido lanzadas en Washington, es una prueba directa de que Israel no está haciendo ningún esfuerzo por conseguir la paz. Este país carga con la mayor parte de la culpa: La historia no habrá de perdonar a quienes consideraron la extensión de la moratoria en la construcción de asentamientos, incluso durante tres meses, como un asunto más importante que la continuación de las conversaciones y el logro de una solución diplomática.

Por supuesto se podría culpar al presidente de EE.UU, Barack Obama, argumentando que no ejerció suficiente presión en ambos lados, sobre todo en Israel, y que no empleó de manera precisa la gran influencia económica y política a su disposición a fines de "persuadirlos"acerca de los beneficios que podría tener la continuación de las tratativas. Pero la historia enseña que ninguna clase de paz, ni siquiera un marco para negociar, no ha tenido éxito a menos que las partes en conflicto estuvieran realmente predispuestas a sostener un diálogo genuino.

La paz con Egipto y Jordania, los Acuerdos de Oslo y las negociaciones a lo largo de los años con Siria y otros países, se llevaron a cabo y lograron avanzar - o no -basándose en los intereses de los propios adversarios, con las grandes potencias asumiendo, en general, un rol conciliador. Los incentivos ofrecidos por los mediadores sólo resultaron eficaces cuando las propias partes estuvieron plenamente dispuestas a lograr un acuerdo.

Por lo tanto, es el rival quien asume la responsabilidad, aunque no de forma pareja. No cabe duda de que el primer ministro Binyamín Netanyahu y su gabinete son, en gran parte, responsables del último fracaso. Netanyahu es un hueso duro de roer. En su discurso inaugural de las conversaciones en Septiembre en Washington, repitió dos veces esta frase: "La historia nos ha otorgado la rara oportunidad de poner fin al conflicto entre nuestros pueblos". También usó la palabra "paz" en 14 diferentes momentos de su alocución. Si bien es evidente que los políticos no dudan en poner toda su habilidad retórica al servicio de sus agendas, estas medidas y este tipo de lenguaje establecen una dinámica de expectativas que, cuando no se cumplen, conducen a la frustración y, finalmente, al fracaso.

Netanyahu y su gabinete representan, en gran parte, lo que sucede con la sociedad israelí actual. Las encuestas de opinión indican un extremismo creciente, rayano en el racismo en la particular opinión que los judíos tienen de los árabes, así como un evidente nivel de alienación y desconfianza acerca de los objetivos e intenciones declarados por la otra parte. Dadas estas circunstancias, no es de extrañar la ausencia de una presión pública sobre el gobierno para avanzar en el proceso de paz, como así tampoco sorprende la falta de una significativa reacción del público frente al dramático anuncio de la suspensión de dichas conversaciones.

En lo que a la paz respecta, la posición de Israel hoy resulta similar a la que mantuvo después de las guerras de 1948 y 1967: El potencial para las negociaciones estaba disponible, pero el costo a pagar era demasiado alto. Una vez más, ahora también el mantener el status quo parece preferible a realizar aquellas modificaciones que los israelíes perciben como una verdadera amenaza, aún en el caso de que ellas no necesariamente entrañen un peligro real.

En la última década, Israel se ha enfrentado con una serie de iniciativas árabes: el plan de paz de la Liga Árabe; las ofertas para negociar hechas por Siria; la voluntad palestina de seguir adelante e incluso atemperar el discurso de Hamás. Los sucesivos gobiernos israelíes respondieron a todas ellas con reserva y fría indiferencia - a excepción de los últimos días del mandato de Ehud Olmert.

La apática respuesta dada por Israel frente a estos ofrecimientos no debe ser entendida como casual o circunstancial, sino como un patrón de comportamiento. Además, Israel nunca ha ofrecido una iniciativa propia que indicara concretamente su deseo de paz.

Todo lo cual nos lleva a la muy triste conclusión de que Israel - tanto su gobierno como su gente - no están realmente interesados en la paz; a lo sumo, saben imitar muy bien la bella sonoridad de las palabras de paz en sus discursos, pero eso no es suficiente.

La legitimación del antisemitismo en Sudamérica

por Jose Brechner
Imitando a sus análogos progresistas, el presidente boliviano Evo Morales reconoció un Estado Palestino en las fronteras de 1967 remedando a Lula en Brasil, Kirchner en Argentina y Mujica en el Uruguay. El reconocimiento es de carácter virtual, aunque el Estado Palestino ni siquiera existe en “la nube”. La política pro musulmana de los socialistas es parte de la enfermedad antisemita.
Ninguno de los nombrados aceptará que se les diga antisemitas, es más, replicarán que sienten un profundo respeto y admiración por el pueblo judío, que son grandes amigos de la comunidad judía en sus respectivos países y que cuentan con ministros, funcionarios y partidarios hebreos en sus filas. “Algunos de sus mejores amigos son judíos”.

Pero lo que vale son los hechos y no las palabras. Israel y el pueblo judío son uno. Desaparece uno y desaparece el otro. Los antisemitas eso lo tienen claro. Los que no llegan a comprenderlo son los judíos izquierdistas que no incorporan a su esencia un hogar originario histórico-cultural y espiritual en Israel. Casi como que no tienen madre.
Los progres son la vanguardia del oscurantismo totalitarista que al abrirle la puerta a los musulmanes ponen en riesgo a los judíos y también a los cristianos. El reconocimiento de un Estado Palestino inexistente, es el peor precedente diplomático antiisraelí y antioccidental, y es la legitimación del antisemitismo contemporáneo que se manifiesta encubierto como anti-sionismo.
Que Bolivia reconozca un Estado Palestino es tan relevante como que Tonga reconozca el derecho de Bolivia a una costa en el Pacífico. Lo mismo corre para la Argentina y su soberanía sobre Las Malvinas, perdón, usemos el único nombre “reconocido” oficialmente, “Falkland Islands”. ¿Uruguay? Si Jerusalem puede ser árabe, Uruguay podría volver a ser la Provincia Oriental de su vecino rioplatense.
Ehud Barak, el eximio militar y mediocre político, estando de Primer Ministro le ofreció a la Autoridad Palestina lo mismo que hoy “reconocen” los neocomunistas sudamericanos y recibió un portazo de Yasser Arafat, porque los palestinos viven del conflicto; y viven como reyes. Un estado independiente no les conviene. Se les acabaría el discurso político y el dinero gratuito.
Los progres, tal como los palestinos, viven del conflicto interno y externo. Internamente apuntalan a los piqueteros, okupas, delincuentes, narcotraficantes y vagabundos, pues de ellos obtienen su voto. Les dejan hacer lo que les da la gana hasta que los líos desbordan, entonces les regalan dinero o se rinden a sus demandas para demostrar que “están con el pueblo”. Simultáneamente empobrecen a las clases medias que son sus víctimas indefensas.
Externamente son socios de los musulmanes radicales. Estos les llenan los bolsillos a cambio de su voto o, en este caso, de su “reconocimiento”. Hugo Chávez hizo escapar a gran parte de la población judía de Venezuela donde tenía presencia desde el siglo XVII. En Brasil, Lula estableció con Irán vínculos excepcionalmente estrechos; ya se verán las consecuencias. En Bolivia los judíos no llenan un restaurant. Uruguay siempre fue un buen amigo de los judíos, ahora eligió ser amigo de los musulmanes.
El lugar peligroso es Argentina, donde viven las comunidades judías y musulmanas más numerosas de América Latina. Su canciller, Héctor Timerman, responsable del “reconocimiento”, se ha hecho odiar velozmente por este y otros motivos. En eso, su socialismo está funcionando, todos lo detestan por igual. Para los judíos es un paria, para los nazis es un judío asqueroso, para la prensa es un embustero, para la oposición es un provocador arrogante y para el público es un farsante. Los únicos que lo quieren son Cristina y los musulmanes.
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