lunes, 20 de diciembre de 2010

Mi aterradora experiencia como nueva inmigrante con conocimientos mínimos de hebreo.

por Tara Eliwatt

Cuando mi auto alquilado comenzó a chisporrotear, avanzando a tirones mientras me dirigía hacia el carril de la izquierda, no tuve que pensar mucho para entender lo que estaba ocurriendo. Unos momentos antes, les había murmurado a mis dos hijos atados con el cinturón de seguridad en el asiento de atrás: “¿Deberíamos comprar gasolina o llevar a Abigail al jardín?, estamos tan atrasados…”. Y luego el auto se detuvo por completo en el medio del carril para doblar a la izquierda de una importante autopista israelí, sólo a unos minutos de la gasolinera.
Este era un momento aterrador para una nueva inmigrante con conocimientos mínimos de hebreo. No tenía grúa, no tenía idea de cuál era el número de la policía, tampoco sabía en qué ruta estaba, y un auto desprevenido a 90 km/h me podía chocar en cualquier momento.
Pero no estaba sorprendida de estar en esta situación. Había estado demasiado tiempo en Israel (tres semanas) sin ningún contacto con la policía israelí, sin contacto con un israelí apasionado gritándome en hebreo, y sin contacto con israelíes que pensaban que yo era una norteamericana irresponsable (yo pensaba que una vez que el tanque se vaciaba todavía tenías combustible como para recorrer por lo menos unos cincuenta kilómetros… quizás no en Israel).
"¿Qué necesitas? ¡¿Gas o gasolina?!". El hombre que me estaba ayudando estaba gritando, revoleando sus brazos en el aire, frustrado por mi falta de capacidad para entender su pregunta. Yo hice gestos con todo mi entrenamiento pantomímico tratando de expresar la acción de poner gasolina en el auto. ¿Cuál es la diferencia entre gas y gasolina? ¿No era obvio que me había quedado sin gasolina? ¿Acaso él pensaba que necesitaba gas propano para mi parrillada en un momento como éste?
Vino la policía, los encargados de la gasolinera se pusieron a llenar botellas de agua con gasolina, y yo me quedé parada atónita al costado del camino con mi hijo de dos años en mis brazos y con el de seis a mi lado, buscando algunos shekels en mi billetera vacía.
Toda la preparación que hice en Norteamérica no me podía preparar para la extenuante transición de mudarse a un país extraño embarazada de siete meses y con tres hijos.
Y esto no tenía nada que ver con Israel, con su burocracia, sus largas colas, y las extrañas horas de trabajo. Esperar en la cola por una tarjeta de seguro social en Estados Unidos tampoco es algo fácil.
Sino que se trataba de vivir en un departamento pequeño durante dos semanas, con el cambio de horario, sin lugar para desempacar, con los colchones en el piso de la cocina y con pocos juguetes con los que entretener a los niños. Tener que abrir una cuenta bancaria con tres niños a cuestas y sin chupetines suficientes con los que sobornarlos por una hora. Y las compras de supermercado y no entender lo que son la mitad de los productos, cuáles son casher y cuáles no, y cuánto cuesta la comida en mi carrito. Comer mucha pasta y pizza. Perder un giro en la autopista, no encontrar otra salida y dirigirse hacia los territorios palestinos. Esperar tres semanas para recibir nuestro cargamento de cosas y las comodidades de nuestra vida –un sofá, un sillón, la cuna del bebé, mis platos, la lavadora y la secadora. Mis bolsas de avena. No tener internet ni conexión telefónica por casi tres semanas.
Nunca culparía a Israel por todo mi estrés. En realidad, Israel ha sido muy amable con nosotros.
Y luego, por supuesto, la gran pregunta --¿Quién soy en Israel? ¿Soy Tara o Miriam, mi nombre hebreo de nacimiento? Pero va más allá del nombre. Es toda mi identidad judía.
¿Y qué si la aliá (mudarse a Israel) era mucho más complicada hace 30 años? La nuestra igual era muy difícil.
Nunca culparía a Israel por todo mi estrés. En realidad, Israel ha sido muy amable con nosotros. Fuimos recibidos en el aeropuerto con los brazos abiertos. Absolutos extraños se nos acercaron en el parque o en la calle para desearnos buena suerte. Esperaron pacientemente mientras yo trataba de comunicarme con un hebreo forzado y con señas. Me han corregido con amor y con ánimo. Ofrecieron juguetes y han ofrecido a sus hijos para que jueguen con los míos.
Antes de abordar el avión en el aeropuerto JFK de Nueva York, pensé: “Estamos a punto de embarcarnos en la mayor aventura de nuestras vidas. No tenemos idea sobre los desafíos que vendrán, pero nos están esperando. No tenemos idea sobre los éxitos que tendremos, pero seguramente nos están esperando también”. La excitación de lo desconocido nos daba alas y nos motivaba.
Cuando me senté con mi hijo en su orientación para kitá alef (primer grado), sin entender una sola palabra de la presentación del maestro, mis ojos se humedecieron. Miré a mi hijo acomodar su cartuchera, su cuaderno y su bolígrafo en su escritorio, y vi cómo observó a los otros niños en la clase, a los escritorios bajos y al anticuado pizarrón.
"¿Mi ze?" (¿Quién es?) preguntó la morá (maestra) desde el frente del salón refiriéndose a mi hijo. Con el poco hebreo que sabía, lo presenté orgullosamente, y agregué inmediatamente que éramos nuevos inmigrantes y que hablábamos poco hebreo.
Vi a mi hijo sonreír mientras era llamado al escritorio de la maestra para recibir una calcomanía en su camisa que decía: “Bienvenido a kitá alef”. La maestra le dijo algunas palabras más, y él me miró impotentemente esperando una traducción.
Las lágrimas corrieron por mi rostro. “Si yo no entiendo una palabra, él está completamente a obscuras, ¿cómo se las arreglará? ¿Por qué lo estoy sometiendo a esto?”. Me recordé a mí misma lo que me habían dicho otros. Los niños luchan durante los primeros meses, y luego un día les hace "clic", entienden hebreo y comienzan a hablarlo.
Y me consolé. Sólo podemos prepararnos a nosotros mismos y a nuestros hijos para la vida hasta cierto punto. Y luego, cuando el auto se queda sin gasolina o nos sentimos perdidos en la escuela o en el supermercado, y los desafíos se acrecientan - ahí es cuando comienza el crecimiento real.
Después de todo, vine a Israel para crecer, ¿no?
Mi ayudante de limpieza, Mazal, siempre tiene mucho que decir. Cuando se fue de casa hoy, vio los marcos de nuestras puertas desnudos. "¿Ma ze? (¿Qué es ésto?) ¿No hay mezuzá? ¡Ze lo tov! (¡Esto no es bueno!)". Como si hubiera querido decir: ¡Necesitas la protección de Dios! ¡Ahora!
Aquí en Israel mi empleada doméstica no religiosa nota un marco desnudo. El vendedor en la mueblería nos desea un Shabat Shalom. El adolescente en la gasolinera pasa diez minutos explicando cómo obtener combustible. El encargado de mi comunidad visita mi ulpán para desearnos buena suerte y para responder a nuestras preguntas. El propietario de la verdulería me brinda un mazal tov por hacer aliá y me felicita por mis habilidades para el hebreo y por mi valentía. Aquí no hay autos en Shabat, es un momento tranquilo y apacible.
¿Qué puedo decir?
A pesar de los desafíos y de las preocupaciones, hemos sido lo suficientemente bienvenidos a nuestra tierra natal.
Y, afortunadamente, no recibí una multa de 700 shekels por quedarme sin combustible en la autopista.
Gracias a Dios, todo está bien aquí en Israel.

Las lecciones de vida más importantes que aprendí son las que mi padre nunca quiso enseñarme activamente. Él simplemente las vivía.

por Ross Hirschmann

Últimamente me he estado sintiendo bastante como Mark Twain. Fue Twain el que dijo que cuando tenía 17 no podía creer lo tonto que era su padre, y cuando cumplió 21 estaba asombrado de cuánto su padre había aprendido en el curso de cuatro años.
Ese soy yo, sólo que a los 39. Porque la verdad innegable es que algunas de las lecciones más profundas y perdurables de mi vida las aprendí de mi padre.
Puede que esto no suene como una gran noticia. Pero cuando consideras lo diferentes que éramos mi padre y yo, y cómo no nos poníamos de acuerdo en casi nada, es asombroso – hasta para mí – que yo pueda haber dicho tal declaración.
Soy religioso; mi padre no. Soy republicano; mi padre no. A mí me gustan los Toyota Camrys; a él los Cadillacs. La lista sigue y sigue. Y lo que es más asombroso es que esas lecciones de vida son las que mi padre nunca trató activamente de enseñarme. Él simplemente las vivía.
Deber, Honor, País
Mi padre es un héroe de guerra viviente, aunque nunca te enterarías de eso hablando con él. Sin embargo, sus logros durante la segunda guerra mundial fueron muchos. Voló más de 70 misiones de combate como piloto de un avión B-25, fue herido, derribado y una vez tuvo que aterrizar su aeronave sin ruedas. Fue premiado, entre otras medallas, con la Distinguished Flying Cross, el honor más alto que puedes ganar como piloto. Y logró todo esto entre los 19 y los 21 años. Desde mi punto de vista, eso lo convierte en un héroe.
Mi padre, sin embargo, te diría algo diferente. De hecho, sería el primero en negar -de manera enfática- que es un héroe de guerra de algún tipo. Oh, seguro, le encanta compartir anécdotas graciosas sobre cosas divertidas durante su servicio en las Fuerzas Armadas del Ejército de los Estados Unidos. Pero cuando se llega a las preguntas como: "¿Cómo tuviste las agallas para volar esas misiones de combate sabiendo que posiblemente nunca volverías después de cada una de ellas?", él se queda en silencio.
"Bueno, hijo", me dijo una vez, "nunca pensamos sobre eso, sólo sabíamos que teníamos un trabajo que hacer y lo hicimos. Eso es todo. Los 'héroes' fueron mis compañeros que nunca volvieron a casa. Además, esa era una vida diferente, una época diferente". Fin de la conversación.
Pero el servicio militar de mi padre es aún más heroico. Él tenía conexiones familiares que le dieron la oportunidad de salirse de la guerra y quedarse trabajando en la comodidad y seguridad de una planta de defensa en los Estados Unidos. Él tenía mucha presión de su familia para tomar el trabajo. Dijo que necesitaba un día para pensarlo.
Cuando sus padres, horrorizados, preguntaron por qué se había enrolado, dijo simplemente: "Porque quiero defender a mi país".
Esa tarde, sin decirle a nadie, fue al centro de conscripción y se enroló. Cuando sus padres, horrorizados, le preguntaron por qué, dijo simplemente: "Porque quiero defender a mi país".
Crecer alrededor de alguien que piensa -y actúa- de esa manera tiene un efecto profundo. Aprendí mucho sobre mantener la humildad a pesar de alcanzar grandes alturas, y sobre estar dispuesto a sacrificarse por algo más grande que uno mismo. Poca gente de mi generación entiende verdaderamente lo que significa ir a la guerra, levantarse y defender lo que es importante para ti y estar dispuesto a exponer tu vida por eso. Pero mi padre sí entiende, porque lo hizo.
El ejemplo de mi padre tocó cada aspecto de mi vida. Me convertí en un estudiante, jugador de béisbol e hijo más humilde y dedicado. He sido patriota toda mi vida, desde mucho antes de que esté de moda serlo. Decidí de niño que si la guerra y el reclutamiento alguna vez llegaban, yo sería voluntario, al igual que mi padre. Hasta este día, creo profundamente en servir a nuestro país y moriría voluntariosamente para defenderlo.
Las experiencias de guerra de mi padre también le dieron una característica que de chico fue una lección poderosa para mí: la característica de comando. Mi padre estaba siempre en control de las situaciones, dando órdenes. Yo acostumbraba quejarme con mis hermanos sobre cómo papá nunca parecía haber dejado la cabina de su B-25, sobre cómo él todavía pensaba que es el piloto al mando de su tripulación y de su misión.
No obstante, el hecho de que mi padre si hiciera cargo, me dio un sentido de seguridad. Siempre sentí que ante cualquier situación, no tenía que preocuparme. Papá sabría siempre lo que hacer. Quizás no siempre daría buen resultado, pero su ejemplo de liderazgo siempre daba tranquilidad.
Hoy, como marido y padre, puedo apreciar lo difícil que es la directiva. Todos queremos dar la misma imagen fuerte y confiada que mi padre siempre dio. Pero cuando se llega a las situaciones y decisiones, ser el primer piloto en la cabina no es una posición ni fácil ni envidiable. Saber eso y haberlo experimentado en mi propia vida hace que respete a mi padre aún más.
Trabajo Duro y Nunca Darse por Vencido
Desde un punto de vista principalmente empresarial, la carrera laboral de mi padre no ha sido un tremendo éxito sostenido. Tuvo su propio negocio y no triunfó, y luego pasó de un trabajo a otro durante la mayoría de su vida adulta.
Pero yo nunca lo vi como un "fracaso". Al contrario. Siempre admiré que durante más de 50 años de trabajo, siempre tuvo un trabajo. Y si perdía uno, lo que pasaba a menudo, comenzaba inmediatamente a buscar otro. Nunca recibió seguro de desempleo.
La mayoría de mis amigos, incluyéndome a mí mismo, hemos en algún momento de nuestra joven vida laboral recibido el seguro de desempleo. Pero mi padre no. él siempre dijo: "Mientras pueda trabajar, lo haré". Y nunca dejó de intentar. Ni siquiera ahora, a la edad de 79 años.
De niño, siempre admiré el compromiso de mi padre de trabajar para mantener a su familia y su negativa a aceptar lo que él creía ser un donativo. Sus valores de auto-suficiencia y dedicación a la familia son muy escasos hoy en día. Mi padre tuvo cinco hijos y una esposa a su cargo, y esa era su responsabilidad, su "trabajo".
Durante muchos años, tomó trabajos que no le gustaban. Después de que su agencia de publicidad cerró, mi padre vendió automóviles para ganarse la vida. Vender autos es un trabajo difícil, exhaustivo, cruel. Estás parado de 8 a 10 horas por día. Estás compitiendo con otros vendedores de 25 años que generalmente tienen educación secundaria y estás siendo dirigido por alguien 15 años menor que siempre busca que vendas más.
Mi padre dista de la perfección. Pero tiene profunda sabiduría y experiencia que no puedo encontrar en mis pares.
En el medio de este duro entorno, estaba mi papá – quien había luchado una guerra, ganado un grado en ingeniería eléctrica en Purdue, trabajado como vice-presidente de ventas en una estación de música clásica en Nueva York y era un pianista competente. Tuvo que tolerar ser denigrado por gente con la mitad de su inteligencia y dar pleitesía a jóvenes gerentes que no tenían respeto por quién era él o por lo que había hecho. Pero aguantó todo eso por años, para cuidar a su familia.
Este concepto hoy en día está perdido. Buscamos el "trabajo perfecto" y no estamos dispuestos a trabajar en algo que consideramos "debajo de nuestro nivel". Antes que eso nos volveríamos a vivir con nuestros padres. Afortunadamente, yo vi a un hombre cuya elección de trabajo siempre estaba condicionada por su compromiso a mantener a su familia. Es un ejemplo de generosidad que nunca me ha dejado.
Envejeciendo
El mundo de hoy no valora ni a los padres ni a los abuelos. La sociedad ve a los ancianos como personas antiguas y obsoletas. El judaísmo, sin embargo, tiene una reverencia especial por la gente mayor, concediéndoles honor y respeto. Esto surge del hecho que el judaísmo ve a los mayores como una generación más cercana a la entrega de la Torá en el Monte Sinaí, y por lo tanto más cercana a la fuente espiritual. Ellos tienen algo valioso que enseñar, y nosotros, la generación más joven, deberíamos escuchar.
Esto no quiere decir que la gente mayor sea perfecta. Mi padre está lejos de eso. Pero tiene profunda sabiduría y experiencia que no puedo encontrar en mis pares.
Mucha gente dice que soy un amigo leal y que veo las cosas un poco en blanco y negro, una crítica que no me aflige particularmente, en la era del relativismo moral en que vivimos. Mis amigos también dicen que tengo profundas creencias morales y espirituales, y que estoy dispuesto a enfrentarme a las normas para defenderlas.
Si alguna de esas cosas es verdad, es por mi padre y por el ejemplo que me dio. Como Mark Twain, me di cuenta de que con todas sus imperfecciones, mi padre es todavía uno de los mejores maestros que he tenido. Un maestro cuyas lecciones estoy tratando de transmitir a mis propios hijos.

La jalah

Shalom aleikhem a mis amados hermanos judíos mesiánicos, judíos creyentes en el mashiakh resucitado yeshua, y hermanos de la fe, haciendo un paréntesis en los artículos de los símbolos judaicos, esta vez pasaremos por los artículos de cocina y gastronomía judía y esta vez es la receta más esperada por todos nuestros amados hermanos lectores y judíos que leen mi blogger, es la receta de la jalah, el pan trenzado que se usa en los shabath (kabalat shabath y yom shabath) conjunto con el vino, para hacer el kiddush, sé que muchos se les ha dificultado conseguir el pan jalah en panaderías judías o los recetarios no tiene la facilidad de hacerlo según las reglas kashrut del judaísmo, o lo han conseguido pero con un precio desorbitante, en esta receta les facilitara hacer el pan jalah sin inconvenientes, de acuerdo con las reglas de los sabios del antaño y sin negar jamás las hermosas, santas y sabias enseñanzas del mashiakh resucitado yeshua, que vino a la tierra a confirmar lo que trajo Moshe rabeinu en el monte Sinaí, que es la revelación de la Torah escrita, a continuación daremos los ingredientes y la preparación, pero también daremos un pequeño pero profundo ritual durante la preparación de la jalah que es la quema ritual de la pequeña masa de la jalah que era la porción de los kohanim durante los tabernáculos en el desierto, 1° y segundo templo de yerushalayim.

Ingredientes

3 cucharadas de levadura
½ taza de agua tibia
1 ½ taza de agua
50 grms de margarina sin sal
1 cucharada de sal
¼ taza de azúcar + ½ taza
3 huevos
7 ½ tazas de harina de trigo (puede ser también harina de trigo integral si quiere una jalah sana)
1 yema de huevo aparte o una tacita de miel (en caso de ser jalah dulce)
½ cucharada de agua
Semillas de ajonjolí, amapola o confites de colores (en caso de ser jalah dulce)
Preparación.
En un recipiente pequeño, colocar la levadura (puede ser la royal que es aprobada como kosher en los rabinatos oficiales), con ¼ de taza de azúcar y el agua tibia, mezclar y dejar que haga espuma
En una olla pequeña, calentar la 1 ½ taza de agua hasta casi hasta hervirla, y apagar el fuego, agregar la margarina, y mezclar hasta que se derrita, pasar esta mezcla a un recipiente grande, y agregar la sal, la ½ taza de azúcar y la mezcla de la levadura, mezclar bien y añadir los huevos ligeramente batidos.
Incorporar la harina, taza por taza, hasta formar una masa uniforme y suave que se despegue de los dedos (puede ser que necesite mas tazas de harina o menos tazas de harina), amasar al menos por 10 minutos y dejar que repose la masa en un recipiente engrasado, cubrirlo con un paño y dejarlo reposar en un lugar cálido por una hora, puede ser menos o más de una hora, retirar la masa y dividirla en 3 porciones y un pedacito pequeño de masa para quemarlo ritualmente, y luego hacer tiras con las tres masas, amasándola hasta que se convierta en una tira de masa, el pedacito de masa de jalah tomarlo con la mano derecha y recitar la sig. Bendición “barukh ata Adonai elokheinu melekh haolam, asher kideshanu bemitzvotav, vetzivanu lehafrish jalah terumah” que en español es bendito eres Adonai nuestro d-s rey del universo que nos has santificado con tus mandamientos, y nos has ordenado separar la porción de jalah, y después se dice con la porción de jalah separada en la mano esta frase “ hareh zot jalah” que es esta es la porción de la jalah, y si dispone de horno con leña, lo lanza al fuego, en caso contrario se coloca en un platico en la mesa que representa la porción de los kohanim, que en el sig. shabath debe ser desechada devota y ritualmente, colocar las tres tiras de la masa de la jalah y hacer una trenza, y en caso de ser jalah redonda, hacerla de la forma que se haga redonda, el trenzado, colocarlo ya trenzado en una bandeja para hornear y precalentar el horno a 175 g° (350 f°), en un recipiente pequeño mezclar la yema de huevo aparte con ½ cucharada de agua o la miel con ½ taza de agua, mojar la brochita con la mezcla y pintar el pan con esa mezcla y adornarlo con las semillas de ajonjolí, o de amapola, o en el caso de la jalah dulce pintarlo con la mezcla de miel-agua y adornarlo con los confites de colores, o chispas de chocolate, hornear de 20 a 30 minutos, o hasta que los panes estén dorados, con esta receta se puede hacer una jalah grande, dos jalot medianas o 4 jalot pequeñas.
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