martes, 21 de septiembre de 2010

Héroes anónimos contra el horror nazi

La historia de los diplomáticos españoles que salvaron vidas de judíos pese a la connivencia entre Franco y Hitler es eje de la muestra “Visados para la Libertad” en el Museo del Holocausto de Buenos Aires. El caso de los argentinos tampoco reconocidos.

En 1938 Argentina terminó de cerrar su frontera a los judíos exiliados de la Alemania nazi. Una orden secreta emitida por el entonces canciller José María Cantilo negaba la visa “a toda persona que se considere que abandona su país como indeseable o expulsado, cualquiera sea el motivo de su expulsión”. Esta circular 11, derogada de forma simbólica en 2005, está expuesta en el Museo del Holocausto de Buenos Aires junto a Visados para Libertad, una muestra que representa lo contrario: la labor de los diplomáticos españoles para romper con el espíritu de la comunidad internacional de la época y salvar la vida de miles de judíos.

“Es un modelo educativo porque toma a aquellos que pudieron salvar gente aun a costa de su propia libertad, vida y seguridad.

Es un modelo de lo justo entre las naciones, de aquellos que arriesgaron sus vidas por las vidas de los otros, o al menos intentándolo”, explicó a El Argentino Graciela Nabel de Jinich, directora ejecutiva de la institución.

Nombres como Sebastián Romero Radigales, Ángel Sanz Briz y Julio Palencia y Tubau, no son muy conocidos, pero son parte de una lista de héroes responsables del escape de casi 35 mil judíos de origen sefaradí que huyeron de Europa a través de España a pesar de la complicidad entre Franco y Hitler. En el caso de Argentina, hay diplomáticos que obraron con la misma conciencia como José Caballero (encargado de negocios en Bulgaria), José Carlos Ponti (secretario de Legación en Bucarest) y Manuel Malbrán (embajador en Italia) que protegieron a los judíos perseguidos desoyendo las órdenes de Buenos Aires.

“Hay que honrarlos a ellos y a otros que hicieron cosas brillantes y que permanecen con la memoria anestesiada. ¿Por qué no tienen nombres de calles, por qué no los celebramos? Hay otro fenómeno poco hablado y estudiado: los cinco mil argentinos que fueron a combatir con las fuerzas aliadas contra el nazismo, de los cuales murieron casi 200”, agregó Mario Feferbaum, presidente del Museo del Holocausto.

Para romper con estos olvidos es que el museo trabaja con un importante objetivo pedagógico (la exigencia de que Auschwitz no se repita es la primera de todas en la educación, expresó el fi lósofo Theodor Adorno). “Ponemos el énfasis en la concurrencia de escuelas medias y universidades, de seminarios para docentes, en poder ir a distintos puntos del país y del exterior, editar materiales y tener además una muestra central y distintas itinerantes”, resumió Nabel de Jinich.

“En todas las sociedades hay discriminación y en esto tenemos la responsabilidad de trabajar para que no suceda más. Hay que tener presente que en la última Guerra Mundial murieron 50 millones de habitantes y desde esa fecha a hoy unos 250 millones por odios étnicos. Estamos hablando de toda la población de América Latina. La tolerancia al otro hay que trabajarla desde la educación”, añadió Feferbaum.

Además de Visados para la Libertad, en estos momentos la institución expone una muestra sobre el testimonio del nazismo del doctor argentino Ramón Palacio Posse tras un viaje por Europa e “Identidad: retratos de testigos de la Shoá”, con fotos y testimonios de sobrevivientes que viven en el país. “Es una oportunidad para todos ellos, para quienes nunca quisieron hablar, para quienes quisieron hablar poquito y para otros que siempre lo hicieron”, contó Nabel Jinich.

La misma directora ejecutiva del museo recordó que un nene de 11 años preguntó porqué hay que estudiar el Holocausto.

Su respuesta no tardó en llegar: “Para poder entender la discriminación y la xenofobia, pero también la generosidad y la solidaridad de aquellos que salvaron gente de distintas maneras. Es importante destacarlos aunque no conozcamos sus nombres.

Es mostrarnos que no todo está perdido, que en las peores épocas, se puede elegir”.

Con picardía y sabiduría

Si las nuevas generaciones conocieran y hablaran más que un poco de idish, este libro tendría otras intenciones. Pero resulta que, como sospecha Graciela Lewitan de Eidelsztein, autora de Pu, pu, pu.

La dicha del idish... (Sudamericana), la lengua que desde hace más de diez siglos acompaña a los judíos está amenazada. Por eso este compilado de dichos, refranes y proverbios populares (¡incompleto, claro que sí!, pero abierto a sugerencias en www.pupupu-2.blogspot.com ) tiene, por un lado, la misión de evocar recuerdos y traer hasta hoy un viejo sentimiento a quienes lo hablan desde chicos, y, por otro, la de acercar una cultura a los que apenas saben un poquito, a través de su sabiduría y picardía.

"La idishe mame dedica a sus hijos los siguientes y conocidos refranes..." Así se introduce el primer capítulo temático de la serie, dedicado a los hijos. Luego llegan las frases referidas a los casamientos y las novias (Jásene, jásene, jásene, ois jásene, que quiere decir "Casamiento, casamiento, casamiento, fin del casamiento", se aplica con relación a una fiesta que lleva mucho esfuerzo y tiempo de preparación, y concluye en pocas horas); también desgrana "desgracias y malos momentos" (Es hot main bobes tam, que se traduce como "Tiene el sabor de mi abuela", sirve para dar a entender que una situación deja un sabor amargo), entre otros apartados graciosos, condimentados con pimienta y sal.

"La lengua es aquello que nos hace hombres y su pluralidad permite diferentes maneras de pensar, diversidad de creencias, tradiciones culturales y sociales, y refleja la riqueza y variedad de las creaciones humanas -escribe Lewitan en el prólogo-. Trasladarse desde la lengua propia hacia una extraña es tan formativo como viajar a un país extranjero. No existe ciencia más humanística que el estudio de una lengua. Todo análisis de la cultura y la vida social es en gran medida un análisis del lenguaje humano. Los modelos sociales y culturales se plasman en la estructura de la lengua; así, conocemos a quienes la usan, a los creadores que reflejan en sus obras las grandezas y flaquezas de sus sociedades, y comenzamos a entender un poco más los misterios del género humano."

'Lo que nunca me contaron sobre Israel y ni siquiera podía imaginar'

por Miguel Boo


El viaje de un periodista español al país que ama la vida.

'Lo que nunca me contaron sobre Israel y ni siquiera podía imaginar'

Recientemente, veintidós gallegos de todas las edades y profesiones, todos ellos miembros de la Asociación Gallega de Amistad con Israel, viajaron al país hebreo para conocer in situ qué había de mito y qué de realidad en todo lo que nos cuentan y en todo lo que nos dejan de contar los medios de comunicación occidental.

En el grupo había seis periodistas, dos médicos, tres empresarios, cinco estudiantes y dos enfermeras, de todas las ideologías políticas posibles; casi todos cristianos y algún ateo.

La Asociación de la que forman parte se fundó el 1ú de diciembre de 2006 y ya es una de las más activas de Galicia, donde han conseguido que su Parlamento Autonómico aprobara una moción en memoria del Holocausto, han llevado a conferenciantes israelíes como Yehoshúa, Perednik o Alona Fisher y han organizado un encuentro de autoridades de Israel en España con empresarios gallegos para preparar lo que será una cumbre bilateral de negocios.

Por si fuera poco, su presidente, Pedro Gómez Valadés, a quien su partido (los independentistas del Bloque Nacionalista Gallego) abrió un expediente de expulsión por ser amigo de Israel (sin embargo ponen a Irán como ejemplo de país a imitar), fue recibido por Dalia Itzik.

A la vuelta de tu viaje por Israel, la gente, en España, te pregunta si no te ha ocurrido nada, si no te has expuesto a peligros, si no has vivido riesgos innecesarios. Te preguntan si por la calle se nota la violencia, la guerra, los efectos del terrorismo. Si hay psicosis, si no se huele el mie-do, si nos han estado escoltando todo el tiempo, si he-mos podido visitar lo que quisimos o nos obligaron a hacer determinados itinerarios, si hemos podido salir por las noches, si hemos visto tanques en las calles.


Una experiencia única

Y cuando les respondes que no has tenido nunca sensación de peligro, ni de inseguridad, ni de riesgo, ni un poquito de miedo siquiera, los decepcionas. Y no digamos cuando les dices que aquello (Jerusalén sobre todo, pero también Galilea y los Lugares Santos de la vida de Jesús) estaba lleno de viejitos cristianos españoles encantados de la vida y ajenos a todos los prejuicios que, sobre Israel, Occidente crea y difunde.

Tal vez, también, porque en el subconsciente de muchos de esos integrantes de la tercera edad no existe un equivalente entre Israel y Tierra Santa. Para ellos Israel es un lugar en guerra y Tierra Santa es otro lugar donde nunca pasa nada ni puede pasar.

Para nosotros, los que quisimos ir a Israel y no a Tierra Santa, nos encontramos con un país ejemplar y maravilloso en muchos sentidos. En un estado del tamaño de nuestra Galicia sin la provincia de Lugo, vivimos la experiencia única e insuperable de dejar nuestro pedido en el Muro de las Lamentaciones, de flotar en las aguas del Mar Muerto, pisar todos y cada uno de los lugares por los que transitó Cristo desde que nació hasta que fue crucificado y emocionarse en el Museo que recuerda el Holocausto de seis millones de judíos a manos de los nazis.

Arboles y telenovelas en la cuna del mundo

La expedición gallega, que incluso plantó un árbol, y así lo certifica un documento oficial del Keren Kayemet Leisrael, se fotografíó con las soldadas que pasean como civiles por las tranquilas calles de Jerusalén, departió con más de un israelí que conoce el castellano gracias a las telenovelas sudamericanas que allí triunfan, se remojó en el lugar del Jordán donde Juan Bautista bautizó a Jesús, ascendió a las alturas épicas de Masada donde los últimos judíos resistieron hasta el suicidio frente al sitio de los romanos, y atravesó el Mar de Galilea para subir a los Altos del Golán.

Con las banderas de Galicia e Israel en ristre, los viajeros sellamos nuestra amistad con ese pueblo trabajador y amante de la vida, comprobamos el milagro israelí de haber convertido el desierto en un vergel, y nos sentimos en todo momento seguros y emocionados de estar en la cuna del mundo. Lo que no es poco en un país amenazado diariamente por el terrorismo islamista que le niega su derecho a existir.

El mito de la miseria más triste del mundo

A la vuelta del viaje, muchos de mis amigos se quedaban con la boca abierta cuando les decía que en Belén o en Ramala o en cualquier sitio de Cisjordania la gente no vive en tiendas de campaña, sin agua, ni luz, con niños descalzos y letrinas comunales para hacer sus necesidades. El cliché de los medios de comunicación europeos en general y españoles en particular nos ha dibujado un escenario como el descrito, donde la población palestina siempre está al borde del colapso, de la muerte por hambruna y por falta de medicinas El cliché es el que se corresponde con el país más pobre del mundo; más que Rwanda, Guinea, Tanzania, Costa de Marfil, o incluso Haití o Bolivia.

Cuando les cuento que he visto ciudades sin tiendas de campaña y con edificios, con carreteras, escuelas, restaurantes, hospitales y que la gente tiene celulares y coches, y que los comercios están más surtidos que en La Habana, pues les cuesta creerme. Vale, que Gaza es otra cosa, pero tampoco es Mozambique, ni mucho menos.

Del miedo, al ejemplo

Los derechos humanos no existen en los territorios que controlan Hamás o Al Fatah, pero a los europeos nos pareció que a pesar de celebrarse sin libertades, ni derechos fundamentales, ni candidaturas de todas las tendencias; y a pesar de que no se considerarían válidas en ningún país occidental, las elecciones palestinas fueron democráticas. No importa que nunca homologaríamos algo así si tuviera lugar en Israel.


Es decir, si mañana, por ejemplo, la mayoría cualificada de los israelíes decidieran apoyar a un partido ultra nacionalista en cuyo programa figurara expulsar a todos los árabes de los territorios ocupados, entonces Europa pondría el grito en el cielo porque no lo consideraría democrático. (Ya no decimos ético, siquiera).

Está claro que los europeos usan dos varas de medir, según se trate de Israel o de sus enemigos. Así que a los israelíes, de derechas y de izquierdas, les llevan todos los demonios que nosotros, los europeos, los expedidores de los auténticos certificados democráticos king size o extra luxury', miremos con lupa todas sus acciones, pasemos por alto todos los abusos anti democráticos de los dirigentes palestinos y nos comportemos como si nos importara una higa que las mujeres palestinas vivan sojuzgadas mientras las cómicas españolas se iban a fotografiar con Arafat.

La paz es posible

Pero no solo los israelíes. Hay palestinos con nacionalidad israelí, como el comerciante Anuar S. o el taxista Ahmed J. nos dicen con la boca pequeña (y por separado) que ellos lo que quieren es que acabe la violencia, y que si participan en movilizaciones o actos de la intifada es porque si no serán represaliados por los islamistas. ``Queremos trabajar y mejorar, y que nuestros hijos tengan futuro''', dice Anuar, que bien podría ser habitante de Nazaret, donde árabes y judíos coexisten desde 1948. O de la laureada Nevé Shalom (Oasis de Paz), una villa cooperativista situada entre Jerusalén y Tel Aviv que visitamos para comprobar la ejemplar convivencia entre 50 familias, la mitad judíos y la otra palestinos, y de la que se han hecho lenguas desde Hillary Clinton al líder palestino Faisal al-Husseini, pasando por el Premio Nobel Elie Wiesel o el escritor marroquí Taher Ben Jalún.

El amor a la vida

Tan ejemplar como Nevé Shalom, pero en otro ámbito, fue que durante las décadas de los '70, '80 y '90 ingresaran cada día en Israel 150.000 palestinos para trabajar. Naturalmente, Europa siempre exigió que Israel empleara mano de obra palestina, pero nunca pidió lo mismo de Jordania y Egipto, igualmente limítrofes con los palestinos, de quienes son hermanos de sangre y de religión. Eso sí, si les daban trabajo se criticaba a los judíos por tener colapsados en las colas fronterizas a los pobres palestinos, pero si no se lo daban, entonces Israel era un país sin entrañas.

Lejos de ser un país malvado, pudimos visitar el Hospital Hadassa, donde los médicos tratan por igual a víctimas y a verdugos. A personas heridas en un atentado y al terrorista que las atacó. Fue así como supimos que para un israelí, o al menos para un judío, lo importante es, siempre, la vida. Porque salvar una vida es salvar al mundo.

Y nos impresionó, vaya si no, lo que está haciendo la red de voluntarios más grande de Israel en cuestión de servicios de asistencia y cuidados en el hogar, a través de Yad Sará. Impresionante. Una institución que no recibe ayuda del Estado y que le ahorra 300 millones de dólares en costes de internamiento hospitalario y cuidados intensivos.

Así que, visto lo visto y vivido lo vivido, uno se vuelve con la sensación de que acaba de conocer de primera mano todo lo que nunca le contaron sobre Israel y ni siquiera se podía imaginar.
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